La Piedra Translatofal

El blog de traducción de Sergio Núñez Cabrera

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La palabra es el espejo del alma: las neuronas espejo y su posible papel en la traducción literaria

Imagina que vas andando por la calle y, de repente, ves que un chico se dispone a montarse en el monopatín, pero, sin previo aviso, este se le va hacia atrás y el joven se da de bruces contra el asfalto. El tiempo parece fluir a cámara lenta hasta que súbitamente toma carrerilla y todo ocurre tan deprisa que te quedas parado, perplejo ante la violencia de la colisión. Para ti, impotente espectador, el tiempo vuelve a pararse unas décimas de segundo antes de que la boca del chaval impacte contra el duro suelo. Algo parecido a esto:

«Hostia terrible...»

«Hostia terrible…»

Es ahí cuando una parte de ti se solidariza con él. Es como si tú mismo sintieras el golpe en los dientes, la frente y la nariz; ahora mismo recuerdas esa descarga eléctrica que te recorrió la boca la vez que te resbalaste en el baño y te la pegaste contra la bañera. Sin darte cuenta, el semblante se te ha arrugado hasta conformar una máscara de dolor. Sin embargo, no eres tú el que tiene los morros sangrando y acaba de perder un par de dientes. Entonces, ¿qué ha pasado? Pues que eres más parecido a un macaco de lo que pensabas. Para resumir, las neuronas espejo, también llamadas «neuronas de la empatía», son células que se activan cuando realizas una acción, pero también cuando la ves, lo que provoca una respuesta dentro de ti muy similar a la que tiene lugar cuando realizas o padeces dicha acción. Es precisamente lo que tuvo lugar en el ejemplo.

«Tú, tú, tú y mil veces tú.»

«Tú, tú, tú y mil veces tú.»

Vamos con otro supuesto, esta vez más amable. Estás recostado en tu sillón (o cama) favorito mientras te lees una novela que te tiene en vilo. Te has metido tanto en la historia, que te identificas con los personajes y te implicas en las cadenas de sucesos que toman lugar en la trama. Pongamos que te estás leyendo una novela sobre vampiros promiscuos aficionados al cuero. Es probable que te sorprendas a ti mismo pensando algo parecido a lo que sigue:

«¡Huy lo que le acaba de soltar Sanders a Rebecca! No sabe que cuando era pequeña y antes de transformarse en vampiresa, su padre maltratador le dijo lo mismo en unas condiciones muy parecidas. Se va a armar la gorda.»

En cambio, no sucede nada. Te sorprende que la chica no le haya arrancado la cabeza de cuajo al insensato de Sanders.

«Parece que Rebecca se lo ha tomado muy bien. Ah, espera, que sigue.»:

 Sanders sale de la habitación. Rebecca se queda mirando la puerta y entonces sonríe; se trata de un gesto frío y de dientes acerados, una expresión cuya languidez no llega a perturbarle los ojos. La sonrisa de un depredador.
—Y así, empieza la Cosecha. —Dice, con el suspiro trémulo propio de un espectro.

Llegados a este punto tienes las emociones tan a flor de piel que, quizá, tú mismo has bajado el libro y esbozado esa media sonrisa predatoria. O puede que, incluso, hayas repetido la frase en voz baja para ver cómo leches uno suspira temblorosamente. Mientras sonríes, claro.

¿Es posible, entonces, que las neuronas espejo intervengan también en la lectura? El artículo de Naukas (sitio recomendadísimo, por cierto) al que he enlazado da a entender que estas células son un blanco jugoso para las especulaciones, pero me parece obvio que hay un proceso neurológico que provoca este comportamiento del que hablo cuando leemos un libro y «nos metemos» en él. De hecho, ¿sería probable, quizá, que los autores se hayan percatado a nivel inconsciente de esto y que la búsqueda de efectos similares en los lectores, el afán por agasajarlos y hacerlos partícipes de los mundos ficticios producto de su imaginación les haya llevado a adoptar estrategias para lograr reproducir estas reacciones?

Se me ocurre que este tipo de comportamiento es más común en unas partes de la superestructura del texto que en otras. Así, cuando el autor describe el apartamento de Rebecca, creo que nuestros procesos cognitivos estarían más calibrados hacia la «construcción» del escenario en el que transcurre la acción. En cambio, es en los diálogos y en los incisos donde las neuronas espejo podrían contar (más especulación) con un papel más relevante. Digamos que las descripciones allanan el terreno a los demás elementos para crear un clima propicio para que el lector se sumerja en el relato.

Ahora bien, ¿tiene el traductor poder para manipular los procesos neurológicos del lector? Y si es así, ¿funcionaría en otro nivel que el que esgrime el autor? Mi humildísima opinión es que, guiado por el escritor del texto original, el traductor cuenta con recursos para reproducir la misma sensación en su texto meta, pero también, y valiéndose de los vacíos existentes entre las lenguas (y por ende, las culturas), puede dirigir sus estrategias para potenciar estos efectos sin dejar de serle fiel al autor. Aquí podría hablar de la teoría de la compensación, que trata de paliar los problemas derivados de la búsqueda de propuestas precisas y naturales y la pérdida de contenido o matices que sufren nuestras soluciones de traducción. Es decir, si en una parte del texto nos topamos con una dificultad muy grande y no nos queda más remedio (esto es siempre discutible) que aportar una solución que no llega a cubrir todo el significado del original, podremos «compensar» dicha pérdida en otra parte del texto, pues no hay correspondencia perfecta entre dos lenguas. Para más información, puedes echarle un vistazo a la página de Google Docs sobre la obra Introducción a la traductología: curso básico de traducción (Vázquez-Ayora, 1977).

Es posible, además, que la interpretación que hace el traductor de la obra original condicione las estrategias que sigue a lo largo del transcurso del cuerpo textual y se cimente en su propia experiencia como lector, así como en la identificación de los pasajes que activaron en mayor medida esas grandes desconocidas que son las neuronas espejo. Quizá, mientras el traductor se lee el original piense, ya sea de forma consciente o inconsciente, algo parecido a esto: «a esta intervención del personaje tengo que darle fuerza cuando la traduzca» o «a ver cómo traduzco esto para que cuando el lector llegue aquí tenga el impulso de imitar o reproducir la acción, tal y como me ha pasado a mí».

La semántica cognitiva o, sencillamente, la elección de una sintaxis más sugerente pueden ser herramientas que nos ayuden a reproducir con mayor presteza el efecto que buscaba el autor en su obra, de lograr que los lectores vibren con la misma intensidad cuando se impliquen en el texto que les ofrecemos.

Lector a quien le pudo la impresión de un giro argumental inaudito y se quedó de piedra.

Lector a quien le pudo la impresión de un giro argumental inaudito y se quedó de piedra.

Acabo de ver en este artículo de El caparazón (sitio que acabo de descubrir, por cierto), que a lo mejor no iba tan desencaminado. En él se alude a la idea de que las neuronas espejo podrían estar conectadas a la «pedagogía de la imaginación» y adjunta un enlace a otra entrada que habla de eso mismo, aparte de a una charla TED muy interesante.

Bibliografía:
VÁZQUEZ-AYORA, GERARDO. 1977. Introducción a la traductología: curso básico de traducción. Georgia University Press.
[Sitio web] www.naukas.com
[Sitio web] http://www.dreig.eu/caparazon/

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